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un tonel viejo, burló al marido. Ítem el engaño de las suertes que traían
aquellos sacerdotes de la diosa Siria y cómo fueron tomados con el hurto; y
de cómo fue vendido a un tahonero, donde cuenta de la maldad de su mujer
y de otras; y después fue vendido a un hortelano; y de la desdicha que vino
a toda la gente de casa; y cómo un caballero lo tomó al hortelano; y el
hortelano lo tomó por fuerza al caballero y se escondió con el asno, donde
después fue hallado.
Capítulo I
Cómo Lucio, asno, fue libre de la muerte con buena astucia, por dos veces
que se le ofreció: una, de las manos de un cocinero que le quería matar, y
otra, de los criados de casa que presumieron rabiaba.
De esta manera aquel carnicero traidor armaba contra mí sus crueles
manos; yo, con la presencia de tan gran peligro, no teniendo consejo, ni
había tiempo para pensar mucho en el negocio, deliberé huyendo escapar la
muerte que sobre mí estaba, y prestamente, quebrado el cabestro, con que
estaba atado, eché a correr a cuatro pies cuanto pude, echando coces a una
parte y a otra por ponerme en salvo; y así, como iba corriendo, pasada la
primera puerta, lanceme sin empacho ninguno dentro de la sala donde
estaba cenando aquel señor de casa sus manjares sacrificales con los
sacerdotes de aquella diosa Siria, y con mi ímpetu derramé y vertí todas
aquellas cosas que allí estaban, así el aparador de los manjares como las
mesas y candeleros y otras cosas semejantes; la cual disformidad y estrago,
como vio el señor de la casa, mandó a un siervo suyo que con diligencia me
tomase y como asno importuno y garañón me tuviese encerrado en algún
cierto lugar, porque otra vez con mi poca vergüenza no desbaratase su
convite placentero y alegre. Entonces yo me alegré con aquella guarda de la
cárcel saludable, viendo cómo con mi astucia y discreta invención había
escapado de las crueles manos de aquel carnicero; pero no es maravilla,
porque ninguna cosa viene al hombre derechamente, cuando la Fortuna es
contraria; porque la disposición y hado de la divina Providencia no se
puede huir ni reformar con prudente consejo ni con otro remedio, por sagaz
o discreto que sea; finalmente, que la misma invención que a mí pareció
haber hallado para la presente salud, me causó y fabricó otro gran peligro,
que aun mejor podría decir muerte presente. Porque un muchacho,
temblando y sin color, entró súbito en la sala donde cenaban, según que los
otros servidores y familiares entre sí hablaban; el cual dijo a su señor cómo
de una calleja de allí cerca había entrado un poco antes por el postigo de
casa un perro rabioso con gran ímpetu y ardiente furor y había embrujado
todos los perros de casa; y después había entrado en el establo y mordió
con aquella rabia a muchos caballos de los que allí estaban, y aun que
tampoco dejó a los hombres, porque él mordió a Mitilo, acemilero, y a
Epestión, cocinero, y también aquel Hipatalio, camarero, y a Apolonio,
físico, y a otros muchos de casa que lo querían echar fuera; en manera que
muchas de las bestias de casa estaban mordidas de aquellos rabiosos
bocados, lo cual asombró a todos, pensando, por estar yo inficionado de
aquella pestilencia, hacía aquellas ferocidades; así arrebataron lanzas y
dardos y comenzáronse a amonestar unos a otros que lanzasen de sí un mal
común y tan grande como aquél; cierto, ellos me perseguían y rabiaban más
que yo, por lo cual sin duda me mataran y despedazaran con aquellas
lanzas y venablos y con hachas que traían, sino porque yo, viendo el ímpetu
de tan gran peligro, luego me lancé en la cámara donde posaban aquellos
mis amos; entonces, bien cerradas las puertas, encima de mí velaban a la
puerta hasta que yo fuese consumido o muerto de aquella rabia y
pestilencia mortal y ellos pudiesen entrar sin peligro suyo; lo cual así
hecho, como yo me vi libre, abracé el don de la fortuna que a solas me
había venido, y lanceme encima de la cama, que estaba muy bien hecha, y
descansé, durmiendo como hombre, lo cual después de mucho tiempo yo
no había hecho. Ya otro día bien claro y habiendo yo muy bien descansado
con la blandura de la cama, levanteme esforzado y aceché aquellos
veladores que allí estaban guardándome, los cuales altercaban de mis
fortunas diciendo en esta manera:
-Este mezquino de asno creemos que está fatigado con su furor y rabia,
y aun lo que más cierto puede ser: creciendo la ponzoña de su rabia estará
ya muerto.
Estando ellos en el término de estas variables opiniones, pónense a
espiar qué es lo que hacía, y mirando por una hendedura de la puerta,
viéronme que estaba sano y muy cuerdo, holgando a mi placer; y como me
vieron ellos ya más seguros, abiertas las puertas de la cámara, quisieron
experimentar más enteramente si por ventura yo estaba manso; y uno de
aquéllos, que parece que fue enviado del cielo para mi defensor, mostró a
los otros un tal argumento para conocimiento de mi sanidad, diciendo que
me pusiesen para beber una caldera de agua fresca, y si yo sin temor y
como acostumbraba llegase al agua y bebiese de buena voluntad, supiesen
que yo estaba sano y libre de toda enfermedad, y, por el contrario, si vista
el agua hubiese miedo y no la quisiese tocar, tuviesen por muy cierto que
aquella rabia mortal duraba y perseveraba en mí, y que esto tal se solía
guardar, según se cuenta en los libros antiguos. Como esto les pluguiese a
todos, tomaron luego una gran paila de agua muy clara, que habían traído [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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