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desencarnados poderes capaces de vaticinar.
- Quince días son más que suficientes. La Tierra se destruirá, pero considerando su
estado actual, será más una bendición que una tragedia. Ahora hay que abrir el cajón.
Sobre los controles hay un disruptor molecular. Si se lo pone apuntando a la pared
exterior donde las ventanas estén bien altas, y se lo inclina en un ángulo de quince
grados, cavará un túnel que atravesará las paredes. Sugiero que esto se haga cuanto
antes. Por ahí pueden escapar los marcianos. Ahora pulse el botón A y se formará la
hélice de tiempo. James, Angelina, colóquense los paracaídas y partan apenas se
encienda la luz roja.
No del todo convencido, hice lo que me ordenó. Apareció la hélice de tiempo
produciendo chispazos y crujidos al enroscarse. Diyan se aproximó con la mano
extendida para estrechar la mía.
- Nunca olvidaremos lo que ha hecho por nuestro mundo. Generaciones de hombres
por nacer se enterarán de sus hazañas en los textos escolares.
- ¿Está seguro de que sabe escribir bien mi nombre? - pregunté.
- Usted toma esto a la ligera porque es noble y modesto. - Era la primera vez que me
hacían esa acusación -. Levantaremos una estatua con la inscripción «James diGriz,
salvador del mundo».
A su vez, cada marciano estrechó mi mano. Me dio mucha vergüenza. También
Angelina tenía un brillo de admiración en los ojos, pero las mujeres son criaturas sencillas
y les gusta envanecerse aunque sea por reflejo. Luego se encendió la luz roja, nos
calzamos los paracaídas y - deseé sinceramente que fuera por última vez - nos envolvió
el frío fuego de la fuerza del tiempo. El contacto con nosotros debe haber accionado el
aparato produciendo un gran estrépito, sin darme tiempo a hacer el comentario pertinente
que tenía a flor de labios.
No fue peor que cualquier otro viaje en el tiempo, pero por cierto tampoco mejor. Nunca
me acostumbraría a este medio de transporte. Estrellas que corrían como balas, galaxias
que giraban en espiral como si fueran fuegos artificiales, movimiento que no era
movimiento, tiempo que no era tiempo, lo de siempre. Lo único bueno del viaje era el final,
que se concretó en el gimnasio de la División Especial, el mas grande recinto abierto que
había allí. Angelina y yo flotábamos en el aire sonriéndonos como locos, ignorando las
miradas de estupor de los transpirados deportistas de allá abajo. Íbamos tomados de la
mano, felices de saber que nos aguardaba un futuro.
- Bienvenido a casa - dijo Angelina, y realmente no había nada más que decir.
Descendimos suavemente saludando con la mano a nuestros amigos. Por el momento,
no respondimos a sus preguntas. Ante todo, a informar a Coypu, al laboratorio del tiempo.
Experimenté una fugaz sensación de tristeza de que se me hubiera escapado El, y la
esperanza de que la próxima vez, cuando lo rastrearan en el tiempo, pudiesen enviar
unas poderosas bombas en lugar de mandarme a mí o a cualquier otro voluntario.
Coypu levantó la vista y se quedó pasmado.
- ¿Qué está haciendo aquí? - preguntó -. Usted tendría que estar matando a ese sujeto
El. ¿No recibió mi mensaje?
- ¿Qué mensaje? - exclamé, parpadeando velozmente.
- Sí. Construimos diez mil cubos metálicos y los mandamos de vuelta a la Tierra.
Seguro que debe haber recibido alguno por la orientación radial...
- Ah, ese mensaje viejo. Recibido y cumplido convenientemente, pero usted está un
poco atrasado de noticias. ¿Qué hace eso aquí? - Creo que mi voz se elevó por demás
mientras señalaba con un dedo tembloroso la máquina que había en el otro extremo de la
habitación.
- ¿Eso? ¿Nuestra hélice de tiempo compacta y plegable, la Mark Uno? ¿Qué otra cosa
iba hacer? Acabamos de terminarla.
- ¿Nunca la utilizaron?
- Nunca.
- Bueno, lo harán ahora. Tienen que acoplarle dos paracaídas de gravedad tome, use
estos, un grabador y un disruptor molecular. Luego vuelvan a lanzarla para salvarnos a
Angelina y a mi.
- Tengo un grabador de bolsillo. Pero, ¿por qué...? - Del bolsillo de su guardapolvo
sacó una maquinita que me resultaba familiar.
- Hágalo primero; las explicaciones vienen después. Angelina y yo vamos a saltar en
pedazos si no cumple esto bien.
Tomé pintura y escribí la leyenda «Hágame funcionar» en el grabador, y «Hélice de
tiempo. Abrir con cuidado» en la máquina. El momento exacto en que El había
abandonado la Tierra fue determinado por el rastreador de tiempo, y se fijó la llegada de
este cargamento en la hélice grande para unos minutos más tarde. Coypu dictó la cinta
siguiendo mis instrucciones. Sólo cuando se mandó todo el bulto al pasado lancé un
agradecido suspiro de alivio.
- Estamos salvados - dije -. Bueno, ahora venga ese trago que me prometió.
- Yo no le prometí nada.
- Lo voy a tomar de todos modos.
Coypu hablaba solo y hacía anotaciones en un papel mientras yo servía grandes tragos
para Angelina y para mí. Chocamos copas y estábamos bautizando las gargantas cuando
él se nos acercó, sonriendo cordialmente.
- ¡Cómo lo necesitaba! - comenté -. Hacía años que no bebía.
- Por fin se van aclarando las cosas - dijo Coypu, tocándose los dientes salidos,
tratando de contener la emoción.
- ¿Podemos sentarnos para escuchar? Hemos tenido que trabajar mucho estos últimos
doscientos mil años.
- Sí, cómo no. Vamos a repasar el curso de los acontecimientos. El puso en marcha un
muy exitoso ataque en el tiempo contra la División. Se redujeron considerablemente
nuestras fuerzas...
- Sí, claro. Quedamos dos. Usted y yo.
- Efectivamente. En cuanto lo mandé a usted al año 1975, me di cuenta de que todas
las cosas eran como habían sido. Muy repentinas. Estaba completamente solo, y al
instante siguiente el laboratorio se llenaba de gente que nunca supo que había
desaparecido. Dedicamos mucho trabajo a perfeccionar las técnicas de rastreo en el
tiempo. Demoramos casi cuatro años en lograrlo.
- ¿Cuatro años?
- Casi cinco hasta que pudimos ponerlas en práctica. Las huellas estaban muy
distantes y se hacía difícil seguirlas. Se entremezclaban.
- ¡Angelina! - exclamé, comprendiendo de pronto -. Nunca me dijiste que habías estado
aquí sola durante cinco años.
- No creí que te gustaran las mujeres más viejas.
- Las amo, si son como tú. ¿Extrañaste mucho?
- Horriblemente. Por eso me ofrecí para ir a buscarte. Inskipp tenía otro voluntario, pero
se quebró una pierna.
- ¡Querida, apuesto a que tú sabes qué le ocurrió! - Ella no es de las que se ruborizan,
pero en ese momento bajó los ojos.
- Nos estamos adelantando en la secuencia - dijo Coypu -. Aunque eso es lo que
sucedió. Lo rastreamos a usted desde 1975 a 1807... y también rastreamos a El y sus
esbirros. Allí se produjo una curva en el tiempo, una cierta anomalía que en el momento
oportuno se enquistó. Sabíamos que estaba por desplomarse con usted adentro, pero [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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