[ Pobierz całość w formacie PDF ]

por última vez, todo aquello le pareció más una broma de mal gusto que otra cosa.
Hasta que de pronto dejó de ser una broma.
Habían rasgado el traje de Yvonne como hicieron con el suyo, dejándole únicamente el
casco sujeto al cuello. Yvonne llevaba una blusa y pantalones cortos y parecía la heroína
de una película de la selva. Cuando vio a Virginia, trató de levantarse para ir a su
encuentro.
Pero los grises se lo impidieron clavándola al suelo mediante dos cuchillos que le
atravesaron las palmas de las manos. El grito agudísimo que lanzó se clavó en la cabeza
de Virginia como un alfiler.
Entre cuatro grises sujetaron a Virginia, obligándola a contemplar la escena. Ella cerró
los ojos, pero cuando Yvonne chilló de nuevo tuvo que abrirlos.
Si los grises hubiesen gritado y bailado al son de los tambores, aquello hubiera sido
menos horrible, pero lo único que se oía eran los gritos que arrancaban a la pobre
Yvonne, y ésta no dejaba de gritar. Para no volverse loca, Virginia concentró
desesperadamente sus pensamientos en Warren, tratando de imaginárselo mientras se
dirigía a Cicuarta. Blackwell necesitaba tiempo. De pronto, tras un buen rato de estarse
quieta y tranquila, en un rápido movimiento se desasió de sus raptores y se abalanzó
hacia Yvonne, la cual sólo estaba herida superficialmente, a pesar de todo, teniendo en
cuenta lo que la esperaba.
 Warren ha ido a buscar ayuda  le susurró . Aguanta un poco más hasta que él
venga.
Cuando los grises se apoderaron nuevamente de Virginia, Yvonne gritó como una
demente:
 ¿Por qué la dejáis en paz? ¿Por qué sólo me torturáis a mí? Ya no puedo más. Ella
lo soportará. Ella es fuerte. Dejadme, os lo ruego. Por Dios... ¡aahhhhh!
Gritó de nuevo cuando un gris se inclinó sobre ella empuñando un cuchillo. Esta vez
tenía razón de gritar...
Transcurrió casi una hora antes de que Warren regresase. A Virginia le parecieron días
y probablemente siglos a la pobre Yvonne. Cuando vio que le hacían penetrar en el
calvero a viva fuerza entre una masa de grises que se debatían, Virginia le miró
horrorizada. Ni por un momento había dudado que conseguiría pasar. La única cuestión
había sido saber si llegaría a tiempo. El no la miró. En cambio, contempló impávido a
Yvonne.
Los grises aún no habían tocado a Virginia, limitándose a sujetarla firmemente... pero
su hora debía de aproximarse. Si no querían que Yvonne muriese, poco más podían
hacerle ya. De las heridas de la joven apenas manaba sangre. Los grises conocían una
hierba que parecía cerrar la piel, aunque dejaba una fea mancha violeta. Yvonne era
violeta de pies a cabeza. Por algún tiempo no tuvo ni fuerzas para gritar. Los grises
empezaron a perder interés por ella, en vista de que las torturas ya no producían efectos
apreciables sobre su cuerpo. Conservaba la lucidez, pero no parecía sentir las nuevas
heridas.
Aquellos seres debían de poseer algún medio de comunicación invisible entre ellos. De
pronto, como obedeciendo a una señal, se volvieron todos hacia Virginia y ésta sintió que
se le hacía un nudo en el estómago, comprendiendo que su hora había sonado.
 Desde el primer momento que la vi  dijo Warren con curiosidad me pregunté qué
clase de figura tendría.
Pero al no ser humanos, los grises no la desnudaron. Se limitaron a tenderla en el
suelo y a cortar sus ataduras, esperando que ella echaría a correr. Aquello formaba parte
del espectáculo.
De pronto Warren rompió sus ligaduras. Mas en lugar de huir a escape del calvero, se
abalanzó sobre Virginia.
 Siga mi juego  le dijo, jadeando . No sabrán qué hacer y esperarán a ver qué
pasa. Les divertirá vernos peleando.
 ¿Así, consiguió llegar a la ciudad?
 Naturalmente. Le aseguré que iría, ¿no recuerda? Pero tenemos que entretenerlos
con algo, para que no se den cuenta de la llegada de los hombres. ¡Vamos a pelearnos!
Aún no hemos salido del bosque. Si les damos tiempo para pensar...
Su frase y su aliento quedaron cortados por un tremendo puñetazo de Virginia en mitad
del estómago.
Entretanto, los grises miraban como luchaban por sus vidas. Pero la lucha era
simulada, aunque no ponían el menor cuidado en no lastimarse. Si la lucha no conseguía
enardecer por su ferocidad a los grises, el daño que éstos les infligirían serían mucho
mayor. Nada les decía a los grises el hecho de que los combatientes fuesen un hombre y
una mujer. Los grises eran homosexuales y nunca habían conseguido comprender lo que
significaba la diferencia de sexos.
El casco de Virginia quedó hecho trizas a consecuencia de un golpe, y se preguntó si
los grises interrumpirían entonces la lucha, al pensar que a partir de aquel momento ella
respiraba un aire envenenado. Pero ellos hicieron caso omiso del incidente. Dentro de
seis horas, estaría a salvo o muerta. Así es que se arrancó los restos de casco y los tiró
lejos de sí, apartándose después el cabello que le tapaba los ojos.
Warren lanzaba exagerados gemidos de dolor, que no correspondían al daño real
causado por los golpes de la joven. Una vez que él la golpeó como una fiera, a Virginia se
le ocurrió pensar que Blackwell tal vez se pasaba de la raya; pero inmediatamente se dijo
que los grises debían de sentir el miedo lo mismo que el dolor, y que esto constituía la
raíz de su sadismo inhumano. Después de esto, ella tampoco regateó sus golpes.
Hasta que Warren, que acababa de asentarle un tremendo puñetazo en las costillas, se
volvió de pronto hacia el gris más próximo, al que derribó cuan largo era de un directo. El
calvero no tardó en estar lleno de hombres vestidos con elásticos trajes de plástico. En
lugar de pistolas utilizaban largos machetes. Aquello fue una verdadera matanza, porque
los cuchillos de los grises no podían atravesar los trajes humanos, elásticos pero de una
resistencia increíble.
Fue una verdadera matanza, a la que Virginia aportó una considerable ayuda, no
regateando esfuerzos ni golpes. El húmedo suelo negro estaba empapado de sangre,
pero de una sangre que no era roja. Los grises no huyeron. Enardecidos por la sed de
sangre, fueron incapaces de pensar fría y serenamente. Se defendieron hasta el último
hombre y fueron destrozados.
 Bien, ahora ya conoce usted a los grises  dijo Warren al terminar.
Poco después ambos se hallaban en una habitación, una habitación civilizada de la
ciudad. El piso estaba cubierto de mullidas alfombras, y en la pieza había blandos divanes
y sillones. Virginia se dejó caer en uno de ellos; llevaba aún su pijama negro. La chaqueta
del mismo había quedado reducida a un simple collar, apenas quedaba nada de los
pantalones, y Warren por último pudo satisfacer su curiosidad, con gran contento por su
parte, pero a ella no parecía importarle en lo más mínimo su falta de atavío.
 El marido de Yvonne estaba en Cicuarta  murmuró Warren . Vino con el grupo de
rescate. Esa chica no deja de ser una loca, pero...
 Le comprendo. ¿Ha muerto?
 Todavía no. Le dije que gracias a ella nos habíamos salvado todos, lo cual es una
mentira y de poco le sirve a ella y a su marido, pero quizás la consoló algo.
 En realidad, no es una mentira. Gracias a ella dispuso usted de una hora.  Virginia
se estremeció . Aunque si no hubiese sido por ella, de nada nos hubiera servido ese
tiempo. ¿Por qué permitió usted que le apresaran?
 Para dar tiempo a los demás. Y tal vez para ver lo valiente que era usted, y la fuerza
que tiene.  Se palpó las costillas delicadamente . Pero ya estoy cansado de hacer el
héroe. La próxima vez que suceda algo parecido, dejaré que otro corra el riesgo. Todo el
riesgo, no una parte de él.
Dirigió una sonrisa a Virginia, mientras se balanceaba ligeramente.
 Apenas hace nueve horas que nos conocemos, que nos hemos hablado. Y durante
todo ese tiempo, usted se ha dedicado principalmente a odiarme. ¿Cree que nos
conocemos lo suficiente para pedirle que me dé un beso?
 Nada conseguiría hacerme levantar en estos momentos.
 ¿Conque nada? ¿Quiere que nos peleemos otra vez?
Ella se levantó de un salto.
 Cualquier cosa menos eso  dijo.
IGNATZ EL GAFE
Lester Del Rey [ Pobierz całość w formacie PDF ]

  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • absolwenci.keep.pl
  •