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turbación espantosa y con el corazón agitado por
siniestros presentimientos.
Tan pronto quer�a ir a arrojarse a los pies de su marido y
confesarle la escena de la v�spera, la turbación de su
conciencia y sus terribles temores, como desist�a de
hacerlo, pregunt�ndose de qu� servir�a aquel paso. �Podr�a
esperar que su marido, atendiendo a sus ruegos, corriese
inmediatamente a casa de Werther?
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Inform�tica - 1999
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
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La comida estaba en la mesa. Llegó una amiga de Carlota
sin m�s objeto que charlar un poco, pero temiendo
importunar, quiso retirarse. Carlota la retuvo en su
compa��a. Esto dio margen a una conversación que animó
la comida, y, aunque esforz�ndose, se charló, y al cabo
se dio todo al olvido.
El criado de Werther llegó a su casa con las pistolas y las
entregó a su amo, que se apresuró a cogerlas al saber que
ven�an de manos de Carlota.
Mandó que le llevaran pan y vino, y encargando despu�s
a su criado que fuera a comer, se puso a escribir:
 Han pasado por tus manos; t� misma les has quitado el
polvo, t� las has tocado..., y yo las beso ahora una y mil
veces.
 �Angel del cielo, t� favoreces mi resolución! T�, Carlota,
eres quien me presentas este arma destructora, as� recibir�
la muerte de quien yo quer�a recibirla. �Qu� bien me he
enterado por el criado de los menores detalles! Temblabas
al entregarle estas armas...; pero ni un adiós me env�as.
�Ay de m�!, ni un adiós. �Acaso el odio me ha cerrado tu
corazón por aquel instante de embriaguez que me ha uni-
do a ti para siempre? �Ah, Carlota!, el transcurso de los
siglos no borrar� aquella impresión; y t�, estoy seguro de
ello, no podr�s aborrecer nunca a quien tanto te idolatra.
Despu�s de comer mandó al criado que acabase de
empaquetarlo todo. Rompió muchos papeles, salió a pagar
algunas cuentas que ten�a pendientes y se volvió luego a
su casa. M�s tarde, a pesar de que llov�a, salió de nuevo
y llegó hasta el jard�n del difunto conde de M., fuera de la
población. Estuvo pase�ndose largo tiempo por los
alrededores y regresó a su morada al anochecer. Entonces
se puso a escribir:
 Guillermo: por �ltima vez he visto los campos, el cielo y
los bosques. Tambi�n a ti te doy el �ltimo adiós. T�,
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Johann Wolfgang von Goethe: Werther
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madre m�a, perdóname. Consu�lala, Guillermo. Dios os
colme de bendiciones. Todos mis asuntos quedan
arreglados. Adiós, volveremos a vernos..., y entonces
seremos m�s felices.
***
 Mal he pagado tu amistad, Alberto; pero s� que me
perdonas. He turbado la paz de tu hogar, he introducido
la desconfianza entre vosotros... Adiós: ahora voy a
subsanar estas faltas. �Quiera el cielo que mi muerte os
devuelva la dicha! �Alberto, Alberto!, haz feliz a ese �ngel
para que la bendición de Dios descienda sobre ti.
***
Por la noche a�n estuvo revolviendo sus papeles; rompió
muchos, que arrojó al fuego, y cerró algunos pliegos
dirigidos a Guillermo. El contenido de �stos se reduc�a a
breves disertaciones y pensamientos sueltos, de los cuales
no conozco m�s que una parte. A eso de las diez hizo
que encendieran lumbre, mandó que le llevaran una botella
de vino y envió a dormir a su criado. El cuarto de �ste,
como los de todos los que viv�an en la casa, se hallaba a
gran distancia del de Werther. El criado se acostó vestido
para estar dispuesto muy temprano, porque su amo le
hab�a dicho que los caballos de posta llegar�an antes de
las seis de la ma�ana.
DESPU�S DE LAS ONCE
 Todo duerme en torno m�o, y mi alma est� tranquila. Te
doy gracias, �oh Dios!, por haberme concedido en
momento tan supremo resignación tan grande. Me asomo
a la ventana, amada m�a, y distingo a trav�s de las
tempestuosas nubes algunos luceros esparcidos en la
inmensidad del cielo. �Vosotros no desaparecer�is, astros
inmortales! El Eterno os lleva, lo mismo que a m�. Veo las
estrellas de la Osa, que es mi constelación favorita, porque,
de noche, cuando sal�a de su casa, la ten�a siempre de-
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lante. �Con qu� delicia la he contemplado muchas veces!
�Cu�ntas he levantado mis manos hacia ella para tomarla
por testigo de la felicidad de que entonces disfrutaba!
�Oh Carlota!, �qu� hay en el mundo que no traiga a mi
memoria tu recuerdo? �No est�s en cuanto me rodea?
�No te he robado codicioso como un ni�o, mil objetos
insignificantes que hab�as santificado con sólo tocarlos?
 Tu retrato, este retrato querido, te lo doy suplic�ndote
que lo conserves. He estampado en �l mil millones de
besos, y lo he saludado mil veces al entrar en mi habitación
y al salir de ella. Dejo una carta escrita para tu padre,
rog�ndole que proteja mi cad�ver. Al final del cementerio,
en la parte que da al campo, hay dos tilos, a cuya sombra
deseo reposar. Esto puede hacer tu padre por su amigo, y
tengo la seguridad de que lo har�. P�deselo t� tambi�n.
Carlota. No pretendo que los piadosos cristianos dejen
depositar el cuerpo de un desgraciado cerca de sus
cuerpos. Deseo que mi sepultura est� a orillas de un camino
o en un valle solitario, para que, cuando el sacerdote o el
levita pasen junto a ella, eleven sus brazos al cielo,
bendici�ndome, y para que el samaritano la riegue con
sus l�grimas. Carlota, no tiemblo al tomar el c�liz terrible
y fr�o que me dar� la embriaguez de la muerte. T� me lo
has presentado, y no vacilo. As� van a cumplirse todas
las esperanzas y todos los deseos de mi vida, todos, s�,
todos.
 Sereno y tranquilo voy a llamar a la puerta de bronce del
sepulcro. �Ah, si me hubiese cabido en suerte morir
sacrific�ndome por ti! Con alegr�a con entusiasmo hubiera
abandonado este mundo, seguro de que mi muerte [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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